jueves 28 de marzo de 2024 - Edición Nº1536

Sociedad | 28 may 2022

Infortunado vuelo hacia la gloria


Hace exactamente ciento tres años, el 28 de mayo de 1919, se inició un vuelo que quedaría marcado en nuestra historia nacional al cobrar la vida de uno de los grandes aviadores que dio nuestro país. En la segunda mitad de la segunda década del siglo XX, un marcado propósito desvelaba a pilotos argentinos y chilenos, y era ver quién sería el primero en unir uniendo ambos países en un exitoso vuelo por encima de la cordillera que constituye el límite natural entre ambos territorios. Por eso, en aquel otoño de 1919, los chilenos ya se burlaban abiertamente de las alas argentinas que no habían podido aún cruzar por aire el macizo andino en la zona de las altas cumbres, mientras que Chile sí lo había conseguido y en dos ocasiones. Esto había sido algo sumamente previsible porque el longitudinal país trasandino se había visto favorecido, no solo por los vientos de Oeste a Este que facilitaban ese cruce, sino también por la incorporación a sus fuerzas armadas de modernos aviones ingleses que harían posible ese cruce a corto plazo y antes que los argentinos. De allí que, sabiendo esto, el teniente Candelaria se adelantó a todos y fue el primero en cruzar la cordillera. Pero lo hizo por una zona más baja, cerca de Zapala. No era lo que se buscaba, pero, ante la posibilidad de no tener nada, Candelaria decidió que su nombre, como piloto argentino, quedara en la historia como el del primero que cruzó los Andes desde Argentina hasta Chile vía aérea, hecho que se concretó el 13 de abril de 1918. A fines de ese año, el chileno Dagoberto Godoy fue el primero en volar desde Santiago de Chile hasta Mendoza, lo que constituyó una verdadera hazaña por haberlo hecho por la ruta de las altas cumbres. Y en abril del año siguiente, en conmemoración de la batalla de Maipú que aseguró la libertad de aquel país, su compatriota Armando Cortínez, también voló por esa misma ruta aérea, pero, a diferencia de Godoy que retornó a Chile en ferrocarril y con el avión desarmado, Cortínez emprendió vuelo de regreso y logró llegar a la capital de su amado país, concretando una nueva hazaña de enorme repercusión internacional por el doble cruce realizado. Esta situación cimentó las bromas referidas, entre las que se destacaba aquella que decía que los chilenos vendían tres tipos de pases en sus estaciones de ferrocarril: el “Godoy”, que era para un viaje de ida, el “Cortínez”, que era para un viaje de ida y vuelta, y el “Argentino”, que era solo para pasar al andén y mirar a los que viajaban. Humoradas de esta clase, caían como impiadosos bombardeos sobre la aviación argentina, cuyos pilotos estaban desesperados por superar lo hecho por los chilenos a cómo diera lugar. Ya no importaba el pasado donde la gloria había sido argentina, porque lejos estaba aquel primer cruce en globo que habían logrado los aeronautas Zuloaga y Bradley, y lo de Candelaria no era tenido en cuenta por nuestros vecinos del otro lado de la cordillera. Por eso, la empresa a realizar se convirtió en una obsesión. El pehuajense Pedro Zanni, junto al también bonaerense Antonio Parodi y el tucumano Benjamín Matienzo, ya instalados en Mendoza, asumieron la responsabilidad de salvar el prestigio de las alas argentinas en un vuelo sin precedentes, pero con un acuerdo entre caballeros que se resumía en la frase: “Todos o ninguno”, es decir que si uno de los tres, por cualquier contingencia de vuelo, no pudiera continuar, todos regresarían al punto de partida. Sin embargo, con el correr de los días previos, Matienzo solicitó ser relevado de la promesa, porque consideraba que, al menos, uno debía cumplir con la empresa, cuya idea era volar desde la provincia de Mendoza hasta Santiago de Chile, sobrevolar esta capital y retornar al punto de partida concretando un doble cruce sin escalas. La petición fue aceptada e inmediatamente los tres pilotos decolaron hacia las elevadas cumbres. Era el 28 de mayo de 1919. A poco de iniciado el vuelo, Parodi se detuvo en Puente del Inca, mientras Zanni y Matienzo siguieron, pero ante las nuevas condiciones climáticas, decididamente adversas, el pehuajense, jefe de la escuadrilla, decidió retornar y se lo ordenó al tucumano, pero éste se negó, haciendo valer el relevamiento de su promesa. Zanni y Parodi regresaron a territorio mendocino, pero Matienzo continuó. Quería vencer. No obstante, el fuerte viento en contra de su sentido de vuelo constituía una rémora que no le permitía avanzar cómo quería y lo obligaba a un mucho mayor consumo de combustible. Tal es así que, cerca del límite internacional -según creyó– debió aterrizar sobre la nieve debido a las fallas en el motor. La maniobra fue impecable, como lo demostraría el hallazgo de su avión, mucho tiempo después. Pero la tormenta estaba encima y el temido viento blanco se erigió en el peor enemigo. Caminó y pronto notó que la abrigada indumentaria que vestía, y que le pesaba cada vez más, se había tornado ineficaz para protegerlo del inclemente clima. La desorientación dentro de los blancos remolinos que provocaba el viento, y el vuelo de algún cóndor hambriento buscando alimento en tan desolado sitio, no fueron sus únicos enemigos: la oscuridad hizo el resto. Sin noticias alentadoras, y al no ser avistado en los vuelos de exploración que se realizaron en su búsqueda durante varios días, tanto por fuerzas argentinas como por fuerzas chilenas, Benjamín Matienzo fue declarado muerto, dentro de un marco de profunda congoja que embargaba a los argentinos en general y a sus camaradas en particular. Solo el paso del tiempo, con una avanzada primavera que permitió mejor visualización tras el retiro de parte del manto de nieve, hizo posible que, seis meses después desde aquel infortunado suceso, fuera hallado el cadáver del piloto tucumano, el que presentaba heridas como de haber sido atacado por cóndores, ataques que, evidentemente, había intentado repeler utilizando su revólver, dado que se comprobó que lo había disparado varias veces. Benjamín Matienzo murió de hipotermia en una inmensa soledad donde solo el aullido tétrico del viento impide que el silencio aturda. Nunca supo que había respirado su último aliento muy cerca de un refugio que pudo haberle salvado la vida. Tampoco estaba tan desorientado como pudo haberse creído. Pero debió enfrentar, casi indefenso, demasiados enemigos poderosos. Treinta años después de su muerte, el avión Nieuport 28 que había utilizado en el trágico vuelo, fue finalmente hallado muy, pero muy, cerca del límite internacional con Chile, es decir muy próximo a transponer la frontera. Los restos mortales del heroico aviador fueron llevados a su Tucumán natal, donde fueron sepultados en el Cementerio Oeste, en una imponente ceremonia. En su honor, el aeropuerto internacional tucumano lleva su nombre y conserva, en un custodiado encofrado de vidrio, restos del avión y algunos efectos personales del insigne aviador. También varios establecimientos educativos del país, instituciones deportivas de las provincias de Córdoba, Santa Fe, Corrientes, La Pampa y Buenos Aires, y una base militar en la Antártida, llevan su nombre. Así pasó a la inmortalidad un joven aviador argentino, cuya trágica desaparición se produjo entre la noche del 28 de mayo de 1919 y la madrugada del día siguiente, dado que está comprobado como imposible que haya podido sobrevivir más allá de ese lapso. Zanni y Parodi, finalmente lograron concretar con gran éxito aquel anhelo que había constituido una deuda pendiente con el inmenso Jorge Newbery y con varios pilotos argentinos que habían deseado concretarlo, entre los que, naturalmente, estaba Benjamín Matienzo. ¡Feliz fin de semana! Roberto F. Rodríguez.
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