jueves 25 de abril de 2024 - Edición Nº1564

Sociedad | 23 ene 2020

La ley y el orden desde lo alto


Quizá no todos estén de acuerdo en el año, aunque muchos indiquen 1947. Tal vez no revista tanta importancia la exactitud cronológica, pero lo cierto es que alguna vez, hace más de 60 años, Pehuajó contó con una garita de tránsito.
Seguramente muchos guardarán una imagen concreta de la misma como si aún viviera en sus retinas. Blanca y solitaria como una gran copa, ocupan-do el mismo centro de dos importantes arterias de nuestro pueblo.
De la mañana a la noche, ella estaba allí, con su toldito blanco, su escalera de metal y haciendo imaginaria como un silencioso guardián en mitad de la traza callejera, o como un obelisco que nos recordara alguna fecha emblemática.
Era el punto referencial del centro neurálgico de la ciudad, un punto que no ha perdido vigencia y se mantiene hasta nuestros días: la intersección de Leandro N.Alem y Bartolomé Mitre (actual calle presidente Raúl Ricardo Alfonsín), cuando ésta última tenía doble sentido de circulación, de allí la denominación de Avenida que ha perdurado hasta la actualidad sin que algunos sepan la razón.
Su presencia daba otra fisonomía al paisaje urbano. Lo acercaba más a la ciudad, dado que este tipo de garitas eran muy comunes en la Capital Federal, en tiempos en los que no había semáforos y resultaba necesario ordenar el tránsito peatonal y vehicular en su sitio más concurrido, máxime por la presencia no solo de automotores sino también de vehículos de tracción a sangre, muy comunes en aquellos años.
Por eso a partir de las 8 de la mañana la misma era ocupada por el Agente policial a cargo de ese servicio, con distintos relevos en horarios rotativos.
Su presencia sobre esa especie de tarima elevada con un techo protector a modo de parasol, era tan ceremoniosa como atractiva. Desde dicho pedestal, el policía tenía una clara visualización de ambas calles y, por el mismo motivo, también era visto sin problemas por conductores y peatones.
Correctamente uniformado, provisto de un agudo silbato, cuyo sonido se oía a respetable distancia y con sus antebrazos cubiertos por resplandecientes mangas blancas, ejecutaba una serie de movimientos marciales, muy marcados y manifiestos, con señales que ordenaban avanzar o detenerse e incluso había un tercer movimiento de prevención que anunciaba el inmediato cambio de orden, algo así como un semáforo humano con los tres movimientos de rigor, aunque con riesgo permanente para su integridad física, dado que una mala maniobra, un cálculo equivocado, una falla mecánica, podían ocasionare una tragedia con el guardián público que, prácticamente, estaba indefenso.
La novedad del principio se hizo costumbre y ya no extrañó a nadie su presencia. Algo similar ocurrió a partir del día en que fue retirada y el tiempo la devoró.
RASGOS PEHUAJENSES, suplemento de colección.
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