jueves 25 de abril de 2024 - Edición Nº1564

Sociedad | 31 may 2020

Late un corazón. Déjenlo latir


Escucho el tango de don Homero Expósito titulado “Al compás del corazón”, cuyos versos iniciales dicen: “Late un corazón, déjalo latir”, y digo que está muy bien. Al corazón hay que dejarlo latir. Eso es obvio. Si el corazón no late su dueño estará en serios problemas. Pero ¿Por qué nos preocupa tanto el corazón? Desde muy chicos entendemos que es un órgano vital, como otros que posee el cuerpo humano, aunque con la diferencia que cada uno es testigo del permanente andar de su corazón debido a la percepción de los latidos. Y son esos latidos los que hacen especial a este órgano que, durante miles de años, fue considerado el más importante de todo el conjunto. Sin embargo, en el siglo XVII, un científico inglés llamado William Harvey descubrió el tema de la circulación sanguínea en el cuerpo humano y allí rotuló al famoso corazón como una bomba destinada a impulsar el caudal de sangre. Entonces fue el cerebro el que ganó predicamento y se erigió como el verdadero mandamás de todo el sistema. El que da las órdenes. Pero ello no ha limitado al corazón que continua vinculado a los sentimientos. Muchas veces, cuando nos referimos a una buena persona, en quien la generosidad es una de sus principales virtudes, solemos decir que tiene un corazón enorme. ¿Cuántas veces hemos escuchado la vieja frase: “la casa es chica pero el corazón es grande”? Una frase referida a la generosidad de estar dispuestos a brindarnos enteros a pesar de ciertas limitaciones. Pero sin duda, el corazón tiene una indiscutible ligazón romántica, dado que todo lo concerniente al amor empieza por graficarse con el dibujo de un corazón. Y aún cuando la ciencia nos grite que es el cerebro el que ordena los impulsos hormonales generando determinadas reacciones, para la gran mayoría: el amor nace en el corazón. Sin corazón no se puede vivir naturalmente. Eso es una verdad irrefutable, aunque seguramente ustedes, querido grupo de lectores, conocerán personas que pareciera por sus actitudes de vida que, al igual que Pinocho, no tienen corazón. Tienen, sí. Pueden confirmarlo con un estudio médico, pero lo que ocurre es que volvemos a la vieja asociación del corazón con los sentimientos. Dicen que no tener sentimientos es no tener corazón. Y sabemos que no es así, pero ¿cómo desmentir una aceptación ancestral tan arraigada? Entonces llega el día de los enamorados y aparecen corazones en infinidades de imágenes gráficas y audiovisuales. Suena el himno nacional argentino y los deportistas en competencias internacionales se llevan la mano derecha al pecho, ligeramente hacia su lado izquierdo, como graficando que no solo están tocándose el corazón sino que están cantando y sintiendo con el corazón. Bueno, está el histórico caso de una mega estrella argentina del fútbol que insultó a todo un estadio mientras sonaba nuestra canción patria que estaba siendo silbada por la multitud que colmaba el estadio y que no tenía reparos en demostrarle al mundo que profesaba abiertamente un sentimiento contrario a nuestra divisa. Esos insultos, que salieron de la boca de quien para muchos hizo lo mismo que hubieran hecho ellos en su lugar, también dicen que brotaron de su corazón herido ante el injustificado ataque a nuestra argentinidad. Porque todo sentimiento, bueno o malo, pareciera salir del corazón. Y lo que, en realidad, sale del corazón es sangre, en la misma proporción que entra, generándose un torrente que, a la ida, transporta oxígeno y nutrientes para que nuestro cuerpo funcione, y a la vuelta arrastra desperdicios que recolecta en su viaje para que otros órganos se encarguen de eliminarlos. Es así siempre. Sin descanso. Entonces hay que cuidarlo. Y cuidar nuestro corazón significa cuidarnos. Conocidas son las recomendaciones como evitar el tabaco, el alcohol y bebidas azucaradas, limitar la cantidad de grasas, sal y azúcares que se consumen en la alimentación, seguir una dieta sana y acorde al propósito protector mencionado, y consumir frutas, verduras y legumbres. Seguramente hay más, pero solo cité algunas, de las más conocidas. No obstante, muchas veces la protección, debido a determinadas patologías, requiere de cierta medicación. Entiendo que muchos de nosotros hemos tenidos o tenemos contacto con algún medicamento para insuficiencias cardíacas, sea para uso personal o porque tenemos alguna persona cercana en nuestras vidas que está obligada a consumirlos para que su corazón funcione mejor. Y si prestamos atención a los nombres que le ponen a esos medicamentos, no parecen decir nada. Son nombres, nada más. Generalmente cortos y aunque no tan fáciles, parecieran destinados a que puedan ser recordados sin mayores dificultades. ¿Acaso no han participado o escuchado alguna charla donde los interlocutores exponen sus dolencias y la medicación que consumen? Y ahí aparecen los nombres a que hacía referencia. ¿Por qué digo esto? Porque a mí me tocó tener a mi padre con una marcada problemática cardiaca, pero mi viejo tomaba unos comprimidos que venían en una caja de fuerte color rojo, color del corazón, y en la que podía leerse el nombre en letras importantes: Cardio Spartan, aunque no sé si exactamente se escribía de esa manera. Pero puedo asegurar que era como para decir: ¡Faaa! Eso sí que suena a medicamento para el corazón. Uno podía decir orgulloso: ¡Yo tomo Cardio Spartan! Porque era reconocer que se contaba con un corazón espartano, noble, valiente, orgulloso e incapaz de rendirse. Hoy en día, uno podría imaginarse que ese corazón, en lugar de emitir sonidos como el tradicional: “thump, thump”, gritaría algo así como Aú! Aú!, al igual que los guerreros espartanos de la película 300. Un grito capaz de amedrentar a cualquier dolencia. Pero parece que esos nombres ya no se emplean tanto en la medicina tradicional sino que han ganado espacio entre los complementos para fortalecimiento muscular o incluso en la denominación de algún viejo gimnasio, dado que los actuales suelen tener nombres en inglés muchos más difíciles de pronunciar y pocas veces asociados a dicha actividad si es que se los oye sin referencia alguna. Pero ocurrió que el corazón de mi viejo envejeció con él. Se fue cansando de andar y andar. Los años lo fueron debilitando y las dolencias se hicieron sentir. Porque ese corazón también había nacido con él. Un corazón que fue, según creyó siempre mi viejo, el impulsor de muchas de sus decisiones de vida, aunque la ciencia lo niegue. Para entonces, solo quedaba el recuerdo de aquel golpetear continuo con varoniles sonidos como el de un parche al son de los impactos que recibe, sonidos que repercutían en la caja amplificadora de su pecho henchido empujándolo a seguir, a no desfallecer ni apartarse de la huella, como dijera Martín Fierro, ni aunque vengan degollando. Y siguió. Muchas veces. Pero todo pasa. Y como las huestes del inolvidable rey espartano Leónidas en las Termópilas, un día, rodeado completamente, no pudo resistir más y terminó cayendo por una traición desde adentro, lo cual en este caso se traduce en el abandono de otros órganos que fueron dejando de funcionar y el viejo corazón no consiguió sostener una posición tan desfavorable. Pero luchó hasta el final. Solo cuando emitió su latido final y mi querido viejo expiró su último aliento, se marcharon juntos. En silencio. Sin el más mínimo quejido ni reproche. Juntos llegaron. Juntos se fueron. Para nunca más volver, pero habiendo dejado lo suficiente en este mundo como para recordarlos. Cuidemos el corazón, en todo sentido y en todo lo que lo rodea, porque su infinita nobleza y fidelidad, así lo merece. ¡Feliz fin de semana! Roberto F. Rodríguez.  
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