jueves 18 de abril de 2024 - Edición Nº1557

Sociedad | 2 may 2020

Mi deuda eterna con el inglés


Mi vieja siempre quiso que aprendiera idiomas. Era como una obsesión suya, sustentada en lo que depararía mi futuro, porque entendía que saber un idioma me permitiría estar más preparado. Cumplí en parte. Creo que ya casi domino el español en todo su amplio espectro, lo cual no es poco y aunque puede sonar a broma, no tengan dudas que nuestro idioma es uno de los más difíciles de aprender según dicen los que procuran desestañar sus secretos. En realidad, cuando mi vieja se refería a “un idioma”, lo que quería decir era que aprendiera inglés, considerado casi como un idioma universal aunque algunos todavía aseguren que solo se trataba de una moda como en algún tiempo lo había sido el francés, e incluso otras lenguas, que también habían tenido su momento de fama. Pero el inglés aparecía en aquellos años de la década del ’70 como la lengua que resultaría necesaria en cualquier empleo de alto nivel. No le hice caso. Esperaba que teniendo que cursar la materia inglés en los cinco años de secundaria, me sería suficiente. Error. De haber razonado adecuadamente hubiera comprendido que si todo se encontrara en la secundaria poco ganarían los institutos privados de enseñanza sobre lenguas vivas. Y si había institutos privados de inglés era, precisamente, porque con lo de la secundaria no alcanzaba. Igual fui con esa ilusión de doble solución porque pensaba que al egresar del Colegio Nacional, sabría inglés y habría satisfecho el anhelo de mi vieja. Nuevo error. Ni una cosa ni la otra. Cinco años de inglés y no tengo ni la menor idea de cómo se dice, por ejemplo: alfombra. Fue un tiempo donde con mis nóveles doce años, empezar una nueva etapa en la vida me generaba demasiadas sorpresas. Y en inglés la cosa arrancó por la fonética, y nos pasamos varios meses practicando pronunciar la “a” de la casita y la “a” de la sonrisa, ejercicio que nos llevaba a hacer más morisquetas que burro comiendo ortigas en una especie de burda imitación de Chirolita. Si el español es difícil para los de otra lengua y tiene una sola letra a, ¿qué podían pensar del inglés que tenía, hasta ese momento de la enseñanza, dos? La situación empezaba a complicarse desde temprano. Sin embargo ello es lo único que recuerdo de la materia porque es como si lo que ocurrió tanto en el resto del primer año como en los cuatro años siguientes se hubiese borrado de mi memoria. Y si bien estoy agradecido a la vida por tener memoria, sabemos que ésta funciona rescatando, del cerebro, determinadas construcciones que se encuentran allí almacenadas. Es decir que: lo que no está no va a ser encontrado nunca por más memoria que se tenga. No hay papelera de reciclaje a dónde pudiera haber ido a parar. Y me parece muy raro porque de todas las demás materias tengo numerosos recuerdos. Mucho conocimiento me quedó de historia porque en realidad era mi materia favorita, tanto de historia antigua y medieval como de moderna y contemporánea, pero muy especialmente de historia argentina. Apenas tres años de historia pude disfrutar en la secundaria pero atesoré mucha información. De otras materias, como geografía, puedo recordar, por ejemplo: límites naturales entre países y continentes; capitales del mundo, e incluso accidentes geomorfológicos como los fiordos y las rías, entre otras cosas. De lengua llevo grabadas a fuego las reglas ortográficas, como los principios de partida doble en contabilidad o el teorema de Pitágoras en Matemáticas. Pero de inglés, ¿Por qué no recuerdo nada? Obviamente sé decir yes y no. Creo que eso había quedado sobreentendido, pero nada más. ¿Por qué? ¿Por qué puedo hablar de Encomienda, Mita y Yanaconazgo tratado en E.R.S.A. (Estudio de la Realidad Social Argentina) y no recuerdo como se dice: espejo en inglés? Hoy tenemos como ayuda un traductor de Google a mano, y antes tuvimos los diccionarios, pero de aquellos años de inglés no puedo rescatar nada. Es más, tengo un sueño recurrente que, de consultarlo con algún profesional sobre el tema podría aclararme algo u organizar un simposio, porque creo que da para mucho. Lo cierto es que sueño que concurro a la escuela secundaria pero falto sistemáticamente a las clases de inglés con diferentes excusas, hasta que llega el momento en que la profesora por fin advierte que no tiene evaluación mía de ninguna clase –creo que ni me conoce la cara– y decide llamarme, lo cual me desespera porque soy consciente, aún en esos sueños, que no sé absolutamente nada de inglés. Pero nada de nada. Y ahí me despierto. Y tiemblo porque temo que un día no me despierte, la profesora llegue a tiempo para ponerme un cero, y yo siga durmiendo todos los meses que falten hasta marzo. Una locura. Pero si hay algo peor que no saber inglés y admitirlo es, decididamente, no saber inglés y creerse con conocimiento del tema. ¿Cuántos han andado por la vida cantando temas musicales de moda en inglés, tirando palabras parecidas? Muchos. Algo que inspiró al cantante colombiano J Balvin (en realidad: José Álvaro Osorio Balvín) para hacer un hits que resultó muy visitado en youtube y muy oído en el verano, mezclando el famoso: “The rhythm of the night”, con la inesperada: “¿Esas son reevok o son nike?” En alusión a dos muy conocidas marcas deportivas. Eso, trasladado a nuestro tiempo, nos recuerda cuando se cantaba “Fui hecho para amarte”, de Kiss, “¿Crees que soy Sexy?”, de Rod Stewart o “Cosita loca llamada amor” de Queen, y no dejábamos de oír barrabasadas. ¿Aprender inglés así? Imposible. Lo vivimos con ABBA, cuando lanzaron su gran éxito Chiquitita y algunas chicas de nuestro curso consiguieron la letra en inglés que, por distintas razones, dista mucho de la versión en castellano. Es decir: la letra en inglés, traducida al español, no coincide con la versión en nuestra lengua. ¿Cómo aprender, entonces? Nuevamente: Imposible. Quizá si hubiesen intentado enseñarnos los nombres de los objetos de otra manera, podría haber funcionado. Empleando, por ejemplo, el tango de Homero Manzi: “No habrá ninguna igual”, cuyos primeros versos nombran varios objetos. Veamos: “Esta puerta se abrió para su paso / este piano tembló con su canción / esta mesa, este espejo y estos cuadros / guardan ecos del eco de tu voz…” A partir de allí, si reemplazamos los objetos mencionados por su denominación en inglés, hubiéramos cantado: “Esta door se abrió para su paso / este piano tembló con su canción / esta table, este mirror y estos pictures / guardan ecos del eco de tu voz…” Y una vez aprendido, seguiríamos reemplazando palabras. No será lo suficientemente didáctico pero seguramente hubiese sido más entretenido. En definitiva: no sé nada de inglés y a veces me preocupa. Quizá por haberle fallado a mi vieja, aunque un amigo siempre solía decirme que no era problema el no saber idiomas, y me exponía un ejemplo: Cierta vez, un extranjero, que viajaba en un impresionante vehículo, extravió su rumbo en áridas tierras de nuestro interior continental y, carente de punto de referencia, procuró localizar a algún poblador para obtener información sobre dónde estaba, pero en kilómetros y kilómetros de agreste paisaje, no encontró a nadie. Cuando por fin vio un hombre y una mujer bajo la única sombra natural del terreno, detuvo su rauda marcha en medio de la polvareda y, bajando el vidrio, se interesó por saber si éstos podrían decirle dónde estaba, pero hizo su pregunta en su idioma, inglés, expresando: “Could you tell me where I am?”. Los dos argentinos lo miraron sin entender, por lo que el extraño cambió al idioma francés y dijo: “Pourriez-vous me dire où je suis?”. La respuesta fue la misma. Mirada desorientada y gesto de yo no fui. Molesto por todo lo que estaba viviendo, apeló al italiano y, mirándolos fijamente, les disparó: “Potresti dirmi dove sono?”. Y tampoco obtuvo nada. Mucho más molesto, abandonó el lugar a toda velocidad dejando a la pareja bajo una nube de polvo. La mujer, tranquila, cebó otro mate y se lo alcanzó al marido diciéndole: “¿Viste Viejo que es como yo te digo? ¡Deberíamos haber aprendido idiomas!” El marido sorbió el mate y convencido de lo contrario le respondió: “¿Para qué? ¿Acaso no viste que este tipo sabía unos cuantos y no le sirvió de nada?” ¡Feliz fin de semana! Roberto F. Rodríguez.
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