jueves 28 de marzo de 2024 - Edición Nº1536

Sociedad | 16 may 2020

No solo el amor nos lleva a perder la cabeza


El 16 de mayo de 1770, hace exactamente doscientos cincuenta años, se celebró una de las más fastuosas bodas de todos los tiempos, la que unió a dos adolescentes destinados a regir los destinos de un importante país europeo cargado de historia: Francia. Los jóvenes consortes fueron: Luis XVI y María Antonieta, dos personajes que la historia ubicó en un lado poco deseable dentro de un hecho de trascendencia mundial que marcó el final de la Edad Moderna y comienzo de la Contemporánea: La Revolución Francesa. Pero ya llegaremos a ello. El joven muchacho, de 16 años entonces, era nieto del rey Luis XV e hijo de Luis Fernando de Borbón, el Delfín que heredaría el trono, aunque una muerte prematura, aún en vida del rey, lo privó de encabezar la nómina de sucesores. Quedó entonces en su lugar su primer hijo varón, Luis José Javier de Francia, quien venía recibiendo una educación adecuada a su posible futuro pero muy distinta de la de su hermano menor Luis XVI que fue criado lejos de su familia. Sin embargo al morir aquel siendo apenas un niño de diez años, Luis XVI quedó como primer sucesor. Con el objetivo de estrechar lazos de unión duradera que impidiera cualquier rebrote de una añera rivalidad, se acordó su matrimonio con una joven de 14 años, María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria pero más conocida como María Antonieta (y no precisamente de las Nieves como una querida actriz mexicana), siendo hija de Francisco I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de la emperatriz María Teresa I de Austria. No pretendo entrar en detalles legales sobre cómo y cuando se firmó la documentación pertinente sino poner el lente sobre lo que nos recuerda este día de hoy y que tiene que ver, como he dicho, con los festejos de una impresionante boda real. La ceremonia fue celebrada en la Capilla Real del Palacio de Versalles, y fue el arzobispo de Reims quien tuvo a su cargo el oficio religioso, cumplido el cual se dio paso a la fiesta con un enorme banquete entre gente –como escribiera Antonio Machado– con mucho amor a los alamares, a las sedas y a los oros. Al día siguiente se ofreció una ópera, procediéndose luego a una impactante demostración con fuegos artificiales que engalanaron los jardines del palacio, llevándose a cabo también un baile de disfraces que contó con unos seis mil (6.000) participantes, el cual se desarrolló en la residencia del embajador austríaco. Muchos días duraron los festejos y como testimonio quedaron ciertas referencias rescatadas por historiadores, algunas obras pictóricas alusivas, y unas monedas de plata que el monarca mandó a acuñar con imágenes de la boda. Naturalmente, no había medios de comunicación como los que hoy tenemos, pero una minuciosa investigación, especialmente llevada a cabo por el famoso diseñador de Hollywood, Gilbert Adrian, permitió volcar en el film “María Antonieta” una muestra de la opulencia de la moda en el siglo XVIII con cuidadosos detalles que le valieron un elevado reconocimiento. La película, que recrea imágenes de la boda, data de 1938 y fue interpretada por Norma Shearer, logrando un rápido e impresionante éxito, habiendo sido relanzada en el presente siglo en formato DVD. Hay otras versiones muy buenas también pero no quiero extenderme en ello. Sin dudas, la transmisión de imágenes de este tipo de eventos ha captado la atención de un numeroso público en todos los tiempos. De hecho, la boda real celebrada en 2011 entre Guillermo de Gales, nieto de la reina Isabel II, y Miss Catalina Middleton, fue record de audiencia en la televisación a través de la BBC que empleó cien cámaras y unos quinientos técnicos, superando cuatro veces la audiencia de la boda entre Diana de Gales y Carlos de Inglaterra celebrada en 1981. En Argentina no hemos tenido casamientos reales. En principio porque desde que somos Argentina, un país libre y soberano, con un sistema de gobierno republicano, representativo y federal, no tenemos monarquía, aun cuando estas tierras, alguna vez, hayan estado bajo dominio de la corona española. Sin embargo hemos tenido casamientos televisados. El primero fue el celebrado en 1967 entre el entonces joven cantante y actor tucumano Ramón Ortega (Palito) y la bella y jovencísima actriz porteña Evangelina Salazar, cuya transmisión fue conducida por el gran Pipo Mancera, figura de los famosos “Sábados circulares”, y alcanzó los 81(ochenta y uno) puntos en la medición de audiencia. Un record impresionante. El mismo Mancera estuvo también en la quinta presidencial de Olivos cuando en 1971, luego del correspondiente oficio religioso celebrado en la Basílica del Pilar, en Recoleta, se efectuó la reunión social en festejo de la boda entre el cantante folklórico Roberto Rimoldi Fraga, “el Tigre”, y la joven Estela Lanusse, hija del presidente del país en ese momento, teniente general Alejandro Agustín Lanusse, celebración que contó con unos 3.000 (tres mil) invitados y fue cubierto por los principales medios de prensa. No es la idea hacer un repaso completo de bodas famosas porque el eje de la nota es otro, aunque tanto el lector como la lectora recordaran otras ceremonias del mismo estilo y no creo necesario enumerarlas. Retomemos entonces la historia de aquellos jóvenes consortes: Luis XVI y María Antonieta, casi dos adolescentes a los que el mayúsculo peso de la responsabilidad de regir los destinos de un país como Francia les cayó encima cuando no estaban ni habían sido preparados para ello, debiendo moverse entre los peligros constantes que representaban los falsos aduladores, y asediados por la desmedida ambición de enemigos internos y las crueles intrigas palaciegas. Entonces hicieron lo que pudieron. No mucho en principio. De hecho el matrimonio no se consumó como es debido en aquellos días de 1770 porque Luis no cumplió con su obligación marital sobre el lecho nupcial. Y lo que en principio pareció ser un problema íntimo, en poco tiempo fue un secreto a voces. El hecho que un secreto de alcoba tomara estado público no es un tema nacido en tiempos modernos. Siempre pasó, y bastaba con el boca a boca bajo promesa de no divulgarlo para que, precisamente, se generara el efecto contrario. La solución para consumar el matrimonio era una intervención quirúrgica, hoy simple y conocida, a la que Luis se negaba a someterse. Pero cuando se supo esto, los rumores habían alcanzado hasta las hipótesis más inverosímiles. Finalmente, varios años después, Luis ejerció su derecho marital y cumplió con su obligación en el mismo sentido, y con el tiempo llegaron los hijos, aunque para entonces, mucha agua había corrido bajo el puente. Luis y María fueron dos jóvenes que prácticamente nada pudieron decidir en sus vidas. Regidos por el protocolo real, cuando llegaron a la cúspide los sorprendió la revolución de 1789 y sus vidas estuvieron en peligro. El rey aceptó la nueva monarquía constitucional y la reducción casi total de sus poderes, pero solo para salvar su imagen aunque buscando ganar tiempo con el objetivo de revertir la situación. No pudo ser. Descubiertos sus planes, huyó pero fue capturado al ser reconocido por la imagen suya en una moneda, siendo juzgado por traición y condenado a morir en la guillotina. Luis XVI fue ejecutado en la plaza pública el 21 de enero de 1793, a los 38 años. Meses después, el 16 de octubre del mismo año, su esposa María Antonieta fue ejecutada de igual manera. Triste final de una pareja de jóvenes que, hace exactamente 250 años, iniciaban la celebración de una suntuosa boda que perseguía intereses políticos. Una boda que, aunque sin un amor inicial, inauguró un matrimonio que arranco mal y terminó peor, dado que esa unión, impensada cuando niños para ellos, los llevó a perder la cabeza. Literalmente. ¡Feliz fin de semana! Roberto F. Rodríguez.
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