sábado 20 de abril de 2024 - Edición Nº1559

Sociedad | 4 sep 2021

Retorno digital, pero retorno al fin


Hace poco más de dos años, en este mismo espacio de fin de semana, abordé -en una de mis características notas– un tema que había causado sorpresa e impactado muy fuerte en el corazón de muchos fanáticos en ese momento y que tenía que ver con una jugosa propuesta lanzada a los integrantes del recordado grupo ABBA para realizar una operación retorno con cien recitales por una suma total de: mil millones de dólares. Sí, leyeron bien: mil millones de dólares. Pero eso no es lo sorprendente, sino que lo que más asombro causó fue que dijeran que no. Sin embargo, desde entonces hasta hoy no solo más pasado más de 800 días, sino que esos días, además, han visto correr mucha agua bajo el puente, como suele decirse. Como recordarán, ABBA fue un conjunto musical sueco cuya denominación estaba formada por la inicial del primer nombre de cada uno de sus integrantes: Agnetha, Björn, Benny y Anni-Frid. Un grupo de impresionante popularidad internacional que se formó en 1972, pero que, tras alcanzar el punto más elevado de fama, se disolvió en 1982. En mi caso, habiendo cursado estudios secundarios entre 1976 y 1980 en la Sección Comercial del Colegio Nacional de nuestra ciudad, puedo decir que conviví con su música. Es más, como algunos otros compañeros, puedo asegurar que la sufrí. Pero no solo esa música sino especialmente a algunas de nuestras queridas compañeras que se empecinaban en cantar aquellas canciones, entonándolas como les parecía que sonaban y como suponían era la letra, porque en aquel tiempo, para aprender una letra había que comprar el disco o el casete y escucharlo tantas veces como fuera necesario. Estaba claro que aquellas no iban al boliche con una libreta de apuntes y, en el momento en que el DJ lanzara el tema, pedían silencio para poder copiar con la tranquilidad necesaria. Tampoco cuando se escuchaba por radio era posible, porque no se podía pedir que repitiera como hacíamos en los infernales dictados de estenografía. Hoy es fácil porque se puede buscar a través de Google y en instantes podemos contar con la letra de cualquier canción en el idioma buscado. Volviendo a ABBA, debemos recordar que el 8 de marzo de 1979, en celebración del “Día internacional de la mujer” declarado por la ONU, fue lanzado el tema pop, en idioma español, denominado “Chiquitita”, y comenzó a pegar en las radios enseguida. El lunes siguiente, 12 de marzo, dio comienzo el ciclo lectivo y me incorporé nuevamente al colegio tras las vacaciones, dispuesto a cursar cuarto año. ¿Cuánto puede haber tardado una compañera en aparecer con la letra de “Chiquitita” copiada en una hoja? Casi nada. Y lo digo con seguridad porque en mi memoria tengo, entre incontables momentos almacenados, una imagen imborrable. Fue un mediodía otoñal de las primeras semanas de clase y ocurrió previo al ingreso al establecimiento, es decir cerca de las 13.00 horas, porque cursábamos de tarde y nos gustaba –como dice el tango– “campanear un cacho e’ Sol en la vereda”. Allí estábamos paveando como siempre cuando Juana apareció blandiendo una hoja de cuaderno como si hubiera encontrado el papiro que indicaba donde estaba el secreto que cambiaría al mundo. Temí lo peor y no me equivoqué. Allí había copiado la letra de ese tema difundido en inglés durante el verano pero que ahora estaba en español. Tuve inmediatamente un mal presagio y volví a acertar, porque si la cosa hubiera sido que se pasaran la hoja para copiar el texto (el tema fotocopia no era tan común entonces), todo bien, pero además cantaban. ¿Cantaban? Sí, creo que sí. Bueno, más o menos. Le ponían mucho entusiasmo, muchas ganas, tantas que deberíamos haberles preguntado que, si les gustaba tanto cantar, ¿por qué no aprendían? Sin embargo, la cosa no quedaba ahí porque pretendían que los varones las acompañáramos a modo de coro mixto. ¡Imposible! Nosotros estábamos familiarizados con los cánticos futboleros y, de gritar, colgados de los trapos: “…hay que poner un poco más de huevo…” y otras yerbas, a pretender que entonáramos con suave expresión un: “¿Chiquitita dime por qué, tu dolor hoy te encadená?”, había una tremenda distancia, máxime por eso de decir: encadená, acentuando la palabra como si fuese aguda para que coincidiera con el ritmo musical, algo que no parecía muy normal que digamos. Lo mismo con lo de: “eeeen tus ojos hay… una sombra de gran pená”. Otra vez el acento al final, más allá del comienzo tipo balido dubitativo de ovino en problemas. Por suerte las materias de cuarto y quinto año eran más específicas y afines a la carrera, de allí que ya no tendríamos cultura musical, hora en que bajo la dirección del profesor Mario Rossi, solíamos vernos en la obligación de cantar a coro, mientras él aporreaba el piano a lo Mariano Mores. Por eso aquel mediodía respiré aliviado porque en 1979 no tendríamos esa asignatura y ello significaría salvarnos de “Chiquitita”. ¿Cómo puede ser que no te guste ABBA? Nos preguntaban las chicas y la respuesta podía generar conflicto, porque lo que en realidad no nos gustaba era la música castellanizada de ABBA, pero las dos suecas del grupo sí nos gustaban y mucho. De más estaría aclarar que en aquellos años de adolescencia febril con elevada efervescencia hormonal, censura absoluta y urgencias que atender, ampliábamos los parámetros de belleza como para hacer incorporaciones permanentes. Pero, realmente, las dos integrantes de ABBA estaban muy lindas, aunque la atracción la ejercía la rubia (Agnetha). Ya lo había escrito el gran Diego Lucero muchos años antes (Clarín 16 de julio de 1960), expresando: “El platinado ejerce una irresistible fascinación sobre los ídolos populares, cuando más humildes ellos, más poderosa la fascinación”. Nosotros no éramos ídolos sino apenas humildes adolescentes, pero estábamos fascinados. Incluso Pehuajó contaba entonces con alguna que otra rubia que solían “tunearse” a lo Agnetha, y si alguno de mis coetáneos está leyendo, espero que no diga que no se acuerda porque la memoria es caprichosa pero no estúpida. Lo cierto es que aquel posible retorno de ABBA, insinuado en 2019, me trajo recuerdos y, tal como cantara Gardel, yo también tuve miedo del encuentro con el pasado que vuelve a encontrarse con mi vida. Miedo a que vuelvan a resonar en mis oídos aquellas entonaciones estudiantiles que he pretendido olvidar. Por eso me tranquilizó Benny Andersson cuando entonces aseguró no volver ni por todo el dinero del mundo. Pero -siempre hay un “pero”– pasó mucha agua bajo el puente en apenas dos años y la noticia de estos días no solo es que el grupo ha lanzado un nuevo trabajo, sino que hasta ha anunciado un show en Londres para el 2022 cuando se cumplan 40 años de la disolución del famoso cuarteto sueco. No sé cómo lucirán en la actualidad, aunque los imagino con las sienes plateadas por las nievas del tiempo, como cantó Gardel. Pero seguramente muchos se quedarán con las ganas de verlos mostrar su presente sobre el escenario, porque, al parecer, el show sería con hologramas, es decir: con imágenes ópticas tridimensionales de alta definición que los mostrarán como eran antes, al tiempo que se lo oirá cantar como cantan ahora. En definitiva: un concierto digital. Quizá no alcance para satisfacer la avidez de todos sus fanáticos. Pero es lo que hay. Lo toman o lo dejan. Dicen que las entradas ya estarían a la venta, aunque no aclaran si se trata de un ticket de ingreso al show o un pasaje para viajar a través del túnel del tiempo. En cualquier caso, muchos estarán conformes igual y más de un nostálgico estará encantado de retornar, de alguna manera, a ese pasado que añora y que nunca volverá. ¡Feliz fin de semana! Roberto F. Rodríguez.
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