sábado 20 de abril de 2024 - Edición Nº1559

Sociedad | 24 ene 2022

SOMOS MÚSICA 7: LA MÚSICA SIN MANIFESTACIÓN


El problema con la Música es su manifestación. Ella, por sí sola, ya vive en su mundo, inaccesible para muchos, muy cerca de lo que ella es: pura energía amorosa. Como toda energía misteriosa no es visible, no la podemos asir, no podemos más que esperar a que un elemento material la traiga a nuestra dimensión. Y ese elemento es el sonido. El sonar. No hace falta ser un gran compositor ni un gran músico para tratar de sentir una Música, incluso completa con más detalles de acuerdo a la concentración que uno pueda tener, sin hacerla sonar. ¿Cuántas veces podemos recordar una canción sin siquiera cantarla? Ejercitando, esto puede llevarnos a lugares más increíbles, desde el hecho de recordar a la perfección una versión ya escuchada de una música muy conocida al hecho un poco más escondido de "encontrar" una música que nunca hayamos escuchado. Un compositor hace eso, en esas composiciones que vienen como si nada, desde la música misma. No es este el momento de hablar de aquellas que vienen desde el trabajo con lo material ya adquirido. Hablamos de esas Músicas que vienen ya hechas, hasta con sus timbres, sus instrumentos, listas para tocar si desde el cerebro se pudiera imprimir partituras sin trámite previo. Pero no. El camino a recorrer por la Música para ser sonada es más largo. Ella, en su ser sólo Música, sólo energía amorosa, no necesita sonar. Es un problema nuestro el hacer realidad material aquello que, en nuestro sentir íntimo y personal podría quedar simplemente sonando en nuestras cabezas, casi con la misma carga emotiva que cuando esa Música se materializa. Entonces, hacer Música, se trata de manifestarla en nuestro plano terrenal. Funcionar de catalizadores de esa energía misteriosa de la mejor manera posible. Antes de hablar de ello, terminemos de entender ese último asunto. La Música es una energía poderosísima, tanto como el Amor, muy cerca de ser una sola con él. En ese plano energético superior, donde no necesita sonar, hay niveles. El más alto, es inimaginable pero seguramente muy cercano ya a ser uno solo con ese amor de donde proviene. El más bajo, es cuando casi, casi, empieza a sonar, a materializarse en nuestro plano. Ese lugar donde accedemos cuando imaginamos Músicas. Nuevas, o viejas. Luego de eso, ya deja de ser energía pura y empieza a ser catalizada por las antenas materiales, donde también, hay niveles. Para entender esto, si es que quiere entenderse, imaginemos cuál es el nivel más elevado de una Música en el plano material. No vamos a hacer distinción en estilo o género alguno. Supongamos la situación ideal, desde todo punto de vista, de la realización de un concierto. Intérpretes de primer nivel, dirección sublime, escenario inmejorable y, fundamentalmente, una situación amorosa de conexión entre todos los integrantes, incluyendo, por supuesto, al público. No quiero poner ejemplos excluyentes, pero una buena imagen de esto podría ser un gran concierto por la Paz del mundo, o, ya que estamos imaginando, festejando que ella se ha conseguido, con la Filarmónica de Berlín, Barenboim dirigiendo, los mejores cantantes, haciendo la Novena de Beethoven, en alguno de los mejores teatros del planeta, en cuanto a su acústica. Esa versión, esa manifestación bien material y terrenal de la Música, estaría en lo más elevado en este plano, pero haciéndole cosquillas, casi, casi, entrando, al nivel más bajo del estado energético puro de la Música, el sin manifestar, el explicado en la primera parte. De ahí para abajo, tenemos infinidad de maneras de manifestar esa misma Música, con consecuentes diferencias de nivel. Pero eso es tema de un próximo escrito. Ampliaremos. Gustavo Joaquín Hernández  
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