viernes 26 de abril de 2024 - Edición Nº1565

Sociedad | 11 dic 2021

Física y Química. Distintas, pero asociadas


Dicen los libros que un día como hoy, pero de 1882, nació en Breslau (Reino de Prusia, actual Polonia) Max Born, reconocido matemático y físico que ha sido considerado el padre de la mecánica cuántica, a la que realizó aportes decisivos que la valieron la obtención del Premio Nobel de Física en 1954. Sin dudas, una persona muy importante. Aclaro que no tengo conocimientos sobre mecánica cuántica ni ha sido algo que me haya atraído desde mi juventud. Quizá porque nunca encontré demasiado atractivas las materias de Física y Química que tuve en mis tiempos de secundaria. Sin embargo, aun sin entender del tema, soy un consuetudinario consumidor de una famosa serie televisiva llamada: “The Big Bang Theory” (La teoría del Big Bang), una entretenida comedia estadounidense que gira sobre la vida de cinco personajes principales: dos físicos de gran reputación, un ingeniero espacial y un astrofísico indio que trabajan en el Caltech (Instituto Tecnológico de California), y una simpática y atractiva camarera con berretines de actriz, vecina de los dos primeros, que comparte con éstos y sus otros amigos, algunos momentos importantes y otros no tanto, de su vida. Una serie que introduce a los telespectadores en la aplicación práctica de la física y la mecánica cuántica, como parte de aquella, de una manera graciosa e inteligente. Además, no dejan pasar oportunidades para realizar demostraciones en el campo de la química con ciertos experimentos. Y me atrapó, lo cual me llevó a recordar los rudimentarios conocimientos que alguna vez me brindaron sobre la física y la química en la secundaria. Un tiempo lejano, ya que cursé estudios en la sección Comercial del Colegio Nacional de nuestra ciudad entre 1976 y 1980. Aquellos temas comenzamos a conocerlos en el tercer año, cuando tuvimos una materia denominada Elementos de Física y Química. Era como una introducción a dos temas muy diferentes, pero a los que, curiosamente, relacionamos casi mecánicamente como si se tratara de un dúo. No es extraño. Lo mismo hacemos con la táctica y la estrategia, y hasta con la yerba y el azúcar, asociando dos elementos distintos, pero cuando mencionamos uno nos acordamos indefectiblemente del otro. No pretenda el lector que recuerde en detalles mi paso por aquel laboratorio del Colegio Nacional, pero aún atesoro algunas imágenes. Es cierto que la idea pedagógica era enseñarnos a comprender las cuestiones naturales y tecnológicas que afectan la vida social. El método era emplear experimentos sencillos que nos permitieran sacar conclusiones simples sobre los diversos resultados obtenidos. Reitero: no tengo muchos recuerdos, pero sí que me quedó grabado en la memoria que, la diferencia más evidente entre un experimento de física y uno de química radica en que el primero de ellos puede volver a realizarse muchas veces como los mismos elementos, mientras que el otro no. Es decir: tomar una pelota de tenis en un puño, llevarla aprisionada en él hasta cierta altura y luego soltarla, nos lleva a ser testigos directos de lo que se denomina caída libre, en demostración que la ley de gravedad debe ser la única que todavía el hombre no ha logrado infringir, al menos en este planeta. Esa modesta experiencia física podríamos repetirla tantas veces como deseáramos, con la misma pelota y siempre con el mismo resultado: la pelota caerá. Pero si acercamos un trozo de papel blanco al fuego y lo exponemos por cierta fracción de tiempo, el papel irá modificándose debido al calor, cambiando de color, forma, peso, etc. Ese experimento químico solo puede hacerse una vez con aquel trozo de papel blanco, porque culminada la prueba todo será distinto. Eso sí me quedó claro. Después recuerdo que nuestra profesora nos hacía medir el pizarrón con diferentes cintas métricas, y aunque el resultado debía ser el mismo, no ocurría así. A todos les daba un número diferente. Muy próximo, pero no igual. Y ello se explicaba en los materiales con que estaban construidas las referidas cintas métricas, el tiempo de uso que cargaban encima, etc. Interesante, pero nunca supe para qué lo hacíamos. Quizá para enseñarnos que nada es absoluto sino relativo. No sé. O tal vez para que empezáramos a familiarizarnos con una palabra clave: relatividad, con la esperanza que alguna vez pudiéramos llegar a entender al anciano despeinado, de bigotes y con suéter de cuello redondo muy estirado como quien acostumbra a introducir el brazo por ese cuello como para sacar la lapicera o los cigarrillos del bolsillo de la camisa. Ese abuelo alemán era famoso, pero no para nosotros en aquel momento. También nos hicieron empujar la pared, calentar una lámina de cobre a fuego lento, emplear resortes de precisión, etc. Y tampoco entendí demasiado las razones. Pero de química me quedó grabado que la fórmula del agua es: H-2-O, o bien H-Dios-O en caso de tratarse de agua bendita, como dijo uno de mis más iluminados amigos. En fin. Así pasamos por tercero entre elementos de física y química. Pero al año siguiente las aguas se dividieron: Física por un lado y Química por el otro, aunque camuflada bajo una peculiar denominación: Merceología. Para mí eso no era química, aunque quizá porque aún tenía incorporada, en la memoria y desde mi niñez, la imagen del profesor Neurus y sus experimentos destinados a derrotar a Super Hijitus para luego dominar el mundo. Nunca me llevé muy bien con la tabla periódica de los elementos, sin embargo, los experimentos con la llamada: Esfera de Pascal, el empleo de tubos de ensayo en el proceso de centrifugación, el método mecánico de tamizado, el uso de imanes para atraer ciertos elementos y el empleo de determinados precipitados, llegaron a verse como interesantes, pero lo mejor fue el viaje a la famosa planta de Somisa (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina), donde vimos experimentos a gran escala, aunque no dejo de reconocer que lo más atractivo estuvo en otras actividades como el paseo por Rosario, la recorrida por San Nicolás y el pícnic junto al Arroyo Ramallo, en un sector comprendido entre la referida Somisa y la Super Central Termoeléctrica de San Nicolás. No sé si mis compañeros de entonces coincidirán o no. Es más, no se si se acordarán, pero eso es otro tema. De Física, en cambio, no recuerdo más que los temas de óptica, empleo de lentes diversos, la inversión y reversión de imágenes reflejadas por espejos planos, y el inolvidable: par inversor, el que, seguramente, nos quedó grabado porque solíamos decir: ¡El par inversor compra Noblex!, jugando con la publicidad del gran inversor, muy famosa en aquellos años. Por eso de allí a entender la mecánica cuántica, hay un abismo. Sin embargo, hay un libro que recomiendo como punto de partida: “Conversaciones de física con mi perro” de Chad Orzel, quien en el rico texto le brinda explicaciones claras y divertidas a su mascota sobre la física y la mecánica cuántica. Leer ese libro me llevó a mirar con mucha más admiración a mi perro, habida cuenta que un representante de su especie (o subespecie, si lo prefiere) termina entendiendo lo que a mí todavía me cuesta un poco más. Pero eso no me aleja de seguir disfrutando las repeticiones de diferentes capítulos de la serie “The Big Bang Theory”. Fueron 249 capítulos emitidos en un total de 12 temporadas que se extendieron desde 2007 a 2019. Es cierto que llegué tarde a esa serie, pero hoy, cuando todos los capítulos están disponibles, tanto a través de la señal de la Warner Bros en televisión o por intermedio de otras plataformas, no me canso de verlos una y otra vez, aun conociendo de memoria los diálogos en la mayoría de los casos. Pero sigo enganchado. No sé si ello constituya un homenaje a Max Born, de cuyo natalicio se cumplen hoy 139 años, pero creo que vale como intento, máxime porque, aunque sea a través de una comedia televisiva, terminé interesándome en un tema que, desde mis tiempos de secundaria, creí que jamás me interesaría. Siempre estaremos a tiempo de nutrirnos de nuevos conocimientos sin importar nuestra edad, porque nunca es tarde cuando la dicha es buena. ¡Feliz fin de semana y nos reencontraremos el año próximo! Roberto F. Rodríguez.
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