sábado 27 de julio de 2024 - Edición Nº1657

Provinciales | 25 ene 2024

Pancho Sierra, el Gaucho Santo de Pergamino

Era un rico hacendado del norte bonaerense. Pero un día dejó todo para curar enfermos con oración y un vaso de agua de su aljibe.


Un hombre de barba y pelo blancos, larguísimos, recibía enfermos en su estancia en la localidad de Carabelas, entre Rojas y Pergamino. Lo llamaron “santo”, y el decía que no curaba, que él solo les daba agua de su pozo, que el que actuaba era Dios. Se llamaba Francisco Sierra, aunque todos lo conocían como Pancho. Los años realzaron su figura y lo elevaron a la categoría de mito. Lo llamaron “el Gaucho Santo” y “el Doctor del agua fría”. Un libro reciente, incluso, lo nombra como “el Resero del Infinito”. Se trató de uno de los personajes bonaerenses más enigmáticos del siglo XIX, que hoy en día mantiene un importante legado espiritual y atrae gran cantidad de devotos a su tumba cada aniversario de su fallecimiento, el 4 de diciembre.

Francisco Sierra nació el 21 de abril de 1831 en Salto, que en ese momento pertenecía al partido de Arrecifes. Cuenta Antonio Las Heras en “El Resero del Infinito” que cuando “Panchito” tenía un año padeció una fortísima bronconeumonía que ningún médico podía curar. Pero una noche de tormenta las ventanas de la casona se abrieron de golpe y unas hojas de olivo bendecidas el Domingo de Ramos, que su madre había puesto en la cuna, cayeron sobre la frente de Francisco. Fue una señal: el bebé mejoró contra todo pronóstico. 

Los padres de Francisco fallecieron cuando él era muy joven y quedó a cargo de dos tías. Él, mientras tanto, comenzaba a adaptarse a las tareas y usos de la actividad ganadera, el centro de los negocios de El Porvenir, la estancia de su familia. Viajaba mucho a Buenos Aires. Un día llegó y se encontró con una chica de 16 años, descendiente de pueblos originarios, que sus tías habían tomado como criada, algo bastante común por aquel entonces. Él tenía 22 años y se enamoró perdidamente de la adolescente, llamada Nemesia. 

Las tías no vieron con buenos ojos la relación. Lo enviaron con un pretexto a la Capital y cuando volvió Nemesia se había ido -en realidad, la habían obligado a irse- a Córdoba. Cuando pudo ir a buscarla, la joven había fallecido. 

El dolor del amor perdido sacudió a Pancho hasta los huesos. Volvió a El Porvenir y su vida cambió por completo. Se encerró en el altillo de la estancia durante siete años, en los que solo salía por las noches para ir hasta el río cercano a meditar. 

El Doctor del agua fría

Cuando pasaron esos años de confinamiento comenzó a dejarse ver de día. Se había dejado crecer el pelo y la barba, que se volvieron blancos. Seguía siendo “el patroncito” y ayudaba a los peones en sus tareas. Pero un día uno de los muchachos cayó doblado, presa de un violento dolor en el estómago. Pancho se acercó, rezó un padrenuestro y le dio de beber agua del aljibe de la estancia. Y el hombre se curó. Ahí comenzó la nueva vida de Pancho Sierra, la del “Doctor del agua fría”.

Su fama de sanador comenzó a correr de boca en boca y mucha gente empezó a acercarse a la estancia. Él siempre aseguraba que era Dios el que los curaba. Y les enseñaba a rezar un padrenuestro diferente, ya que comenzaba con un “Gran Dios del Universo”, frase que años después sembraría dudas sobre su presunta vinculación con la masonería, que habla del “Gran Arquitecto del Universo”.

Amigos masones no le faltaban: el más destacado era Rafael Hernández, hermano del autor del Martín Fierro, senador, médium y teósofo.

Las anécdotas se multiplicaron. Una de las más conocidas ocurrió cuando llegó una carreta a la estancia y bajó una persona, que le dijo a Pancho que venía a traer a un pariente con las piernas paralizadas. El “Gaucho Santo” gritó: “Bájese, amigo ¿A qué lo han traído? ¿A que lo cure? Entonces, ¡venga!”. El paralítico bajó de la carreta con dificultad y logró llegar junto al dueño del lugar. “¿Vio? Ya está curado”, le dijo Pancho Sierra con una sonrisa.

A Pancho también se le atribuyen dotes de clarividencia. Una vez le dijo a su familia que la torre de la iglesia de Rojas se había caído, y era verdad. También solía hablarles sobre sus familias, sin conocerlas, a los enfermos que iban a verlo. 

Además de sus dotes milagrosas, Sierra daba todo lo que podía a los pobres que iban a visitarlo, además de no aceptar ninguna compensación por sus obras. Un detalle curioso fue que se rumoreó que tras su muerte, el 4 de diciembre de 1891, había dejado un fabuloso tesoro enterrado en cercanía de la estancia, que jamás fue hallado.

Luego de su fallecimiento, Pancho Sierra fue sepultado en su lugar de nacimiento, en Salto. En marzo del año siguiente los espiritistas argentinos le hicieron un homenaje en el. Aunque no está claro que él perteneciera a grupo esoterista alguno, e insistía que sólo era un intermediario entre Dios y los enfermos, los espíritas siempre lo reivindicaron. Cosme Mariño, fundador de la sociedad espiritista Constancia, definió a Sierra como “un verdadero médium curandero”. 

El legado

El nombre de Pancho Sierra suele estar asociado a dos mujeres: la Madre María (María Salomé) y la Hermana Irma (Irma de Maresco). Los creyentes afirman que juntos forman el “Triángulo espiritual” de la Argentina, tres líderes de un particular culto cristiano de gran raigambre popular.

Así, juntos, se los ve a la Madre María y a Pancho Sierra en un memorable filme de Lucas Demare de 1974 que lleva como título el nombre por el que se conoció a María Salomé, una mujer española que fue a visitar a Sierra para que la cure de sus males y terminó siendo su discípula y continuadora.

María conoció a Pancho Sierra, en 1891, meses antes del fallecimiento del sanador. Francisco le dijo que ella, que buscaba un hijo, tendría miles, pero “no de la carne, hijos espirituales”, y le anunció que continuaría la obra que él había comenzado.

Así, con el tiempo su legado pasó a la Madre María, primero, y a Irma de Maresco, más tarde. La Hermana Irma falleció en 1972 y hasta mediados de 2023 continuaba con este culto su hijo, el Hermano Miguel, quien murió el 19 de octubre de ese año. 

Como contó a DIB Hugo Páez, periodista y guía de turismo de Arrecifes, “Pancho Sierra es un santo popular que no tiene la masividad de una Difunta Correa o un Gauchito Gil. Cada 4 de diciembre llegan grupos al cementerio de Salto, pero la ciudad no colapsa y los hoteles no explotan. Suelen llegar varios colectivos con contingentes que se dirigen a su tumba, muy cerca de la entrada del cementerio, y realizan ceremonias en un aljibe que está enfrente, en una casa”. 

El aljibe original, en la estancia El Porvenir, actualmente está clausurado. Ya nadie saca esa agua fría que Pancho Sierra usaba como vía para curar a sus enfermos. Pero lo cierto es que su nombre sigue siendo venerado por muchos. Y como le cantó el payador Pancho Cueva allá lejos y hace tiempo, “mártir fue que en sus desvelos / de ninguno aceptó un cobre / era el doctor de los pobres / con potestad de los cielos”. (DIB)

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